El empresario del corazon roto

Chapter 46: Planes



Chapter 46: Planes

[Isabel]

¡Roma! Jamás en la vida me imaginé que vendría a Roma y mucho menos de la forma en que llegué.

Avión privado con un chofer esperando por nosotros al bajar de él y un guapo novio que me consiente

más que nada en el mundo.

Quentin toma mi mano mientras emocionada observo las hermosas calles de esta hermosa ciudad y

admito que hasta el hambre se ha ido con tanta majestuosidad. Él viene hablando por teléfono en

perfecto Italiano, dándole un toque no sólo intelectual pero sexy a su persona. Termina la llamada y

besa mi mano para después sonreír.

—¿Emocionada?

—No tienes idea cuánto, en verdad es… ¡No sé que decir!

—No me gusta dejarte sin palabras.— Me confiesa.— Pero a la vez me encanta tu expresión de

felicidad y asombro ante todo esto.

—Es que es Roma, Quentin, Roma, hoy amanecimos en otro lado y ahora estamos en Roma con

dirección a…— Guardo silencio porque en realidad no tengo ni idea de a dónde nos dirigimos.

—Si te digo, arruinarás mi sorpresa y no me dejarás hacer lo mío.

Me muerdo el labio en señal de nerviosismo. Aún no me puedo acostumbrar a que él me dé o me

regale cosas, me hace sentir un poco extraña y a veces incómoda. Ya lo hemos hablado pero él me

dijo que está en su naturaleza consentirme y que si me lo da es porque quiere, no porque yo se lo

pida.

—Sólo dime..¿Tiene algo que ver con caminar mucho? — Pregunto y él sonríe.Belongs to (N)ôvel/Drama.Org.

—Sí, pero te compraré si quieres unos zapatos más cómodos, pero primero vamos a instalarnos.

—¿Instalarnos?

—Sí, instalarnos.

El chofer para la camioneta y unos segundos después abre la puerta de Quentin para que baje y yo lo

sigo para entonces quedar sorprendida al ver al hermoso Foro Romano delante de nosotros.

Me quedo sin palabras ante tal arquitectura que está frente a mi. Quentin me toma de la mano y

ambos entramos a un lugar que en la entrada dice “The Inn at the Roman Forum” y tan solo mirar el

lobby sé que no he llegado a cualquier hotel express o de turista donde uno suele hospedarse.

—¿Qué es esto? — Pregunto en tono de asombro.

—Nos quedaremos hoy en Roma, caminaremos por sus calles, iremos de compras, comeremos lo que

queríamos.

—Y ¿Con motivo de qué? — Respondo estúpidamente pero admito que la emoción me ha

sobrecogido.

—Con motivo de que estamos enamorados y de que te lo mereces, eres una mujer trabajadora y

necesitas de vez en cuando vacaciones.

—Sí, pero…

Quentin voltea a verme.— Hablé con tu subchef, ella dice que puede encargarse de todo por unos

días, así que, de aquí podemos ir a Capri o a Milano.

—¿Milano?

—O no sé, donde quieras.

Él toma mi mano para seguir caminando hacia el lobby donde un mesero nos ofrece un aperitivo, tomo

la copa y le sonríe.

—Grazie— Contesta Quentin y al darle un sorbo se dirige a la recepción donde la chica ya le tiene lista

la llave de la habitación, él la toma para volver a mi y dejar la copa sobre la bandeja.

—Vamos, quiero que veas nuestra habitación.— Comenta emocionado y ambos caminamos de la

mano hacia dentro del hotel.

Mientras llegamos voy observando toda la arquitectura que hay alrededor, pareciese como si

viviéramos en el mismo foro romano, ya que las paredes parecen de piedra, el pasillo está alumbrado

con luces tenues como si fueran antorchas y se respira un aire antiguo.

Él abre la puerta de la habitación dejándome con la boca completamente abierta. Delante de mi se

devela una hermosa fotografía de elegancia y buen gusto que me hace pensar que he llegado al

aposento de una princesa. Con techos de madera, con un candelabro dorado colgando en medio de la

habitación, una elegante cama cubierta con cojines que parecen de la más fina tela, sillones que

forman una cama completa y un ventanal cubierto con cortinas blancas.

—Del Moral me dijo que esta es una de las habitaciones más hermosas del hotel.

—¿Del Moral? — Pregunto.

—Un socio mío, él se dedica a los hoteles y este es uno de sus favoritos en Roma porque detrás del

ventanal tiene una de las mejores vistas.

Quentin emocionado me toma de la mano para juntos acercarnos al precioso ventanal que al abrir

hace que me cubra la boca con las manos.

—¿Es en serio?

—Ve lo por ti misma.

Salgo al balcón y en frente de mi veo con todo esplendo la hermosa ciudad de Roma, con el resto del

foro romano y el coliseo. —No lo puso creer.— Exclamo emocionada y Quentin me abraza.— Esto va

más allá de lo que pude imaginar.

—Me encanta como te emocionas, valen la pena los 546 dólares por noche.

—¿Disculpa? — Pregunto.

—No es nada.

—Quentin…

—Isabel… no debí haber dicho eso, pero, sabes que es tuyo.

Me volteo con cuidado y mi cuerpo queda recargado sobre el barandal y encerrado entre su cuerpo.

Tomo sus mejillas donde se forman los hoyuelos y le beso en los labios. Quentin inclina su cuerpo más

hacia adelante dejándose llevar por el momento y moviendo en una forma pasional sus labios

comiéndose los míos mientras sus manos se sujetan fuerte a mis caderas. Nos separamos un

momento y él me mira a los ojos.

—Muchas gracias.— Vuelvo a agradecer.— En verdad es una enorme sorpresa.

—Te sorprenderé cada vez que quiera, y te prometo que al ofrecerte algo respetaré tu decisión pero

me encantaría que me dijeras que si.

—Amor, sabes que me siento un poco incómoda al comprar ropa y zapatos y…

—Yo lo ofrezco tú lo tomas… además nunca me pides nada por lo que debo ser yo quien te diga.

Nos reímos.

—Prometo que me relajaré y trataré de decir que si a tus deseos… si debo hacerlo, no me queda de

otra.

—Perfecto, porque te llevaré de compras, a desayunar, comer y cenar, y por supuesto… al dónde tú

quieras.

—Está bien.— Murmuro.

—Entonces ¿vamos? El chofer nos espera.

Asiento con la cabeza y después de sentir de nuevo sus labios sobre los míos salimos de la habitación

directo a la camioneta.

Mientras recorremos las calles de Roma, tomados de la mano, Quentin me va platicando de las veces

que vino aquí. Me cuenta como solía venir los veranos a comer uno de los deliciosos gelatos y a

caminar por sus hermosas calles.

—Lástima que ahora es invierno, pero me encantaría hacer eso.

—Podemos regresar en verano también, comer helado, caminar por más tiempo.

Cuando me dice eso me muerdo los labios y sonrío, él lo nota y se acerca a mi tomando mi rostro —

¿Qué? — Pregunta.

—Nada, sólo me sorprende que todavía no llevamos ni un mes de novios y ya planeas los próximos

veranos conmigo…

—Es que estoy seguro que los pasaré contigo.— Comenta.

Ambos nos sentamos en una mesa que hay en un hermoso café que nos ha llamado la atención por el

delicioso olor. Quentin pide dos capuchinos y el menú para que podamos pedir de desayunar.

Cuando nos decidimos, yo por un delicioso omellet y él por un típico desayuno italiano de croissant y

café, me toma la mano y la besa.

—¿Tú no haz planeado nada conmigo?—Pregunta y yo sonrío.

—Claro que sí, sólo que no me gusta decir los planes en alto porque siento que así se arruinan. Mi

madre siempre me dijo que todo lo que sean planes de felicidad los mantuviera para mí, así que no.—

Y hago la seña de “labios cerrados”.

—Eso no es justo.— Responde sonriente.— Al menos dime uno.

Me quedo pensando por un momento. Él expectante me ve a los ojos y cuando abro lo boca sonríe.—

Todavía ni sabes que diré.

—Sé que será hermoso.

—Tal vez no.

—Sé que si, dime que yo quiero decirte el mío.

—Bueno, creo que uno de mis planes es conocerte mejor, aprender a quererte más, consentirte,

comprenderte…— Hablo mientras Quentin acaricia mi rostro.

—¿Es todo?

—El que te diré, sí, los otros son en privado.—Le cierro un ojo.— Ahora dime uno tuyo.

—Está bien, este plan quiero que lo pienses con cuidado porque es a corto plazo y necesito que me

des una respuesta ¿estas lista?

—Sí.— Murmuro.

—Isabel, quiero que empecemos a vivir juntos.— Y al terminar esta frase sonríe.


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